PROCESIÓN DE DIFUNTAS

 

Era sor María de Cárdenas religiosa de reconocido celo religioso. El cielo le había concedido una extraordinario voz, así como unas aptitudes musicales uera de lo normal. Tocaba con singular maestría varios instrumentos musicales. Por todo ello la abadesa la designó para regir la capilla de música del convento, formada por ocho religiosas, independientemente del coro que ella también dirigía.

 

EStaba en cierta ocasión sor María en el coro de la iglesia, repasando las partituras musicales. Las largas vigilias de noches anteriores le hicieron quedarse medio dormida, en un estado de semi inconsciencia.

 

Entre sueños oyó las voces de un coro femenino que entonaba bellos himnos sacros con rara perfección. Su espíritu se deleitaba en esta audición musical; pero la intensidad del canto ascendió de tal manera que le hizo despertarse. Al abrir los ojos se encontró ante un sorprendente y extraño espectáculo.l una larga fila de monjas, vestidas con los hábitos empleados en las mortajas del convento, desfilaba ante ella. Todas ellas llevaban un encendido cirio en las manos. A la luz de las velas se distinguía perfectamente sus pálidos rostros, así como las vidriosas miradas de sus inexpresivos ojos.

 

De repente vio como una de las difuntas monjas se salía de la fila y se aproximaba a ella. Llena de miedo, aguardó la llegada de la muerta religiosa, sin atreverse a moverse del lugar en el que estaba. La aparición con voz suave le habló de esta manera:

 

  • Dile a sor Catalina de ribera que no le queda más de tres años de vida.

 

Seguidamente esta monja se incorporó a la fila de la procesión de religiosas y con ella desapareció por la puerta del coro.

 

Durante unos instantes más, sor María continuó oyendo las voces de aquellas difuntas religiosas, cada vez más lejanas, hasta desaparecer por completo su sonido.

 

Sor Catalina de Ribera estaba considerada como poco fervorosa, y dada a olvidar, con demasiada frecuencia, sus deberes  religiosos. Así mismo ejercía mala influencia en el resto de las religiosas por su falta de sencillez, y desenvueltas maneras. La abadesa del monasterio tuvo que llamarle la atención en numerosas ocasiones.

 

Sor María se dirigió a la celda de sor Catalina al amanecer del día siguiente al de su aparición. Allí le contó lo que había visto y el mensaje del que ella era transmisora, de lo que sor Catalina tuvo gran sentimiento y dolor; pero que asumió con cristiana resignación.

 

La vida de sor Catalina cambió completamente tras aquella revelación. Enmendó sus acciones, siendo un ejemplo de penitencia, oració9n y de amor fraterno hacia el resto de las religiosas del convento.

 

Esta vida de eascetismo y caridad fue una constante durante los siguientes tres años, al final de los cuales, en cumplimiento de lo dicho por la aparición, murió santamente, siendo ejemplo para todas las monjas de aquel santo lugar.

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