LA GALLINA Y LOS POLLUELOS

 

Nota: Algunos aspectos de esta leyenda los hemos oído relacionados con “Las Encantadas” y otros con la zona de San José de la Rábita. Los hemos condensado en un solo relato para darle más contenido.

 

Ha existido desde siempre en la mayoría de los pueblos una serie de leyendas de miedo cucya función era la de asustar a los niños pequeños para que no se retiraran mucho de sus casas y tenerlos controlados todo el tiempo, especialmente durante la noche. En esta Categoría se encuentra las referentes al “tío del saco”, “el Coco”, “los sacamantecas”, etc. Aquí vamos a referir una cuyo origen pudo bien ser de este tipo.

 

Una de las causas por las que se denomina a estas cuevas “Las Encantadas” es porque se dice que eran  la morada de numerosos seres, que, por medio de algún tipo de sortilegio, vivían allí bajo las más variadas formas y por los más diversos motivos.

 

Se refería que las personas “encantadas” que en su seno se hallaban había sido atraídas hacia ellas de las más diversas maneras por algunos de sus hechiceros moradores, con una especial incidencia de los niños.

 

Volvamos a la protagonista del primer relato de los aquí expuestos: la Gitana. Esta sentía una singular predilección por los niños, con los que le gustaba jugar antes de someterlos a sus hechizos. Les contaba mil cuentos e historias haciéndose rodear por ellos. En esos momentos empleaba su mejor sonrisa y sus más dulce vo, poniendo la amable cara de una cariñosa viejecita.

 

Como las madres prohibían a sus hijos que se acercaran a estas cuevas, aquella malvada mujer se valía de mil trucos para lograr que los niños se aproximaran a las mismas y así poderlos hechizar. Una de sus estratagemas más empleadas era la de ofrecerles para comer unos exquisitos frutos: las brevas e higos de unas frondosas higueras que desde siempre han existido en las proximidades de aquellas aberturas. Era de todos sabida la calidad y dulzor de estas frutas.

 

Algunos niños, que imprudentemente se acercaban, eran atraídos hacia el interior de las cuevas. Allí se veían sorprendidos por la visión de una vieja apacible de gran estatura que en su regazo sostenía una cesta llena de los mejores higos que cabe suponer. Grandes, negros, maduros, relucientes, y rezumando jugo azucarado por sus finas rajas, provocaban el irresistible deseo de comerlos en los que los contemplaban.. Este impulso se veía potenciado por las suaves palabras de aquella mujer, invitando a coger cuantos se quisiese y ponderando su bondad y dulzura.

 

Había quienes, ante tan esperpéntica aparición, salían despavoridamente hacia sus casas, presos del miedo. Estos se libraban así de un cruel destino. Pero había otros, felizmente muy pocos, que, para su desgracia, no podían resistir el canto de sirena de aquella voz que les impulsaba a hacer uso de su invitación. Los niños que imprudentemente comían de aquellas frutas quedaban “encantados”: convertidos en bellos polluelos que rápidamente eran introducidos en lo más hondo de aquellas cuevas.

 

Los infelices padres de estos niños, sin saber a ciencia cierta donde estaban, se acercaban inútilmente a las cuevas acompañados de familiares y amigos, siempre con resultado negativo. Sus angustiosas llamadas y desesperados llantos nada conseguían.

 

En las tranquilas y calurosas noches del verano alcaudetense, algunos viandantes que pasan por las proximidades de estas cuevas creen haber visto salir de las oquedades una gran gallina rodeada de numerosos polluelos, de todos los  colores que afanosamente llenan los aires con sus “píos”, verdaderas y tristes llamadas a sus desesperados padres.

 

 

Nota: El asunto centras de estas leyendas fue recogido por Manuel Ruiz Merino.

 

Texto sacado del libro "Alcaudete leyendas, cancionero y aspectos literarios" de Antonio Rivas Morales

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