EL HOMBRE SIN ROSTRO.

 

Cerca de "Las Encantadas" hay una fuente pública. Estas fuentes, únicos medios de suministro de agua en otros tiempos, constituían auténticos centros de convivencia y comunicación vitales para los alcaudetenses. Si a ello unimos que anejos a las mismas se levantaban lavaderos públicos, como era el caso que nos ocupa, nos damos cuenta de su extraordinaria importancia, que se veía aumentada por servir así mismo de abrevaderos para los animales de labor. En una palabra la inmensa mayoría de los vecinos del barrio se acercaba diariamente allí, con uno u otro motivo.

 

Las mujeres y hombres del barrio gastaban buena parte de su tiempo en ella. Era un verdadero mentidero vecinal: el coger agua para los usos domésticos, ir a ella a lavar la ropa,  y llevar allí los animales para que bebiesen de este preciado líquido, era motivo y ocasión para entablar animadas conversaciones En ella se comunicaba y comentaba las últimas noticias locales, se aumentaba y disminuía las honras personales, y era lugar y cita de enamorados, de arreglos casamenteros y de disputas, las más de las veces, bastante ruidosas.

 

Pues en esta fuente fue donde sucedió gran parte de los hechos que se refieren a continuación.

 

Algunos de los vecinos, que viven cerca del referido lugar, dicen que hace muchos años ocurrió allí extraños sucesos de difícil explicación. Las noches más oscuras, aquellas en que apenas brillaba la luna, y en las que con dificultad se reconocía a las personas que transitaban por las calles, al filo de la medianoche, una extraña figura aparecía. Desde lejos sólo se percibía un hombre completamente vestido de negro, tocado con un sombrero de anchas alas de éste mismo color que caía sobre su cara. Iba siempre sin acompañamiento alguno. Su caminar era lento y sus pasos pausados.

 

Dado las horas en las que tal visión deambulaba, y el pobre alumbrado público de las calles en aquella época, pocas personas podían decir que lo habían visto, y éstas, cuando lo contaban, apenas eran creídas. Se pensaba que todo era producto de una febril imaginación, o interesados bulos propagados por personas que aprovechaban esas intempestivas horas para efectuar extramatrimoniales correrías.

 

Así transcurrió bastante tiempo. La curiosidad y el miedo se habían apoderado de muchos habitantes del barrio. Las gentes eludían deambular por el mismo sin una grave necesidad.

 

Pero he aquí que una vecina de aquellos contornos, cuya madre estaba muy enferma, volvía de casa de la misma a latas horas de la noche. Caminaba pegada a la pared, cuando vio a lo lejos la siniestra figura. Llena de miedo, pero al mismo tiempo ganada por la curiosidad, se escondió en el profundo quicio de una puerta que ocultaba completamente su persona. Con mucho sigilo dirigió su mirada al fantasma, el cual marchó directamente hacía la fuente. Con extrañeza percibió que aquel ser aparentemente se lavaba la cara. En ese momento, la oculta luna se asomó entre dos discontinuas nubes, lanzando sus rayos luminosos hacia la aparición. Entonces asombro y terror de aquella mujer se elevó al infinito al ver que tal fantasma no tenía rostro alguno. El lugar que debería ocupar ésta se hallaba vacío d toda materia. Sin efectuar ruido alguno esperó que se marchara camino arriba hasta "Las Encantadas".

 

Tras un prudencial tiempo, se fue a su casa llena de horror, sin apenas conciliar el sueño esa noche. Tan pronto amaneció contó el suceso a unos gitanos que vivían en su misma calle. Sabido es que en los miembros de esta raza van unidas la más feroz valentía con el más profundo miedo ante las apariciones fantasmales.

 

Haciendo uso de todo su valor, varios d ellos se escondieron a la noche siguiente detrás del lavadero. Allí esperaron pacientemente, hasta que, tras dar las doce en el reloj del Ayuntamiento, vieron bajar la negra aparición por el camino. Acercose como en anteriores ocasiones, a lavarse la cara a la fuente. Venciendo el miedo, y amparados por su número, se aproximaron a ella. Todos pudieron comprobar la falta de rostro de la misma; pero a ello añadieron que el óvalo, vacío de todo rasgo, estaba lleno de sangre que descendía por su negra camisa a raudales. El ruido, que estos movimientos producían, alertó al fantasma, el cual, con gran sorpresa de todos, tras lanzar un lastimero grito, salió lanzado, como si alas tuviera, hacia la cueva en la que entró. Detrás de si dejó un pestilente olor a azufre que tardó mucho tiempo en desaparecer.

 

Desde aquel día nadie más vio a este hombre, del que se dio muchas versiones y del que ha quedado memoria en el barrio.

 

 

Leyenda sacada del libro "Alcaudete Leyendas, cancionero y aspectos literarios" de Antonio Rivas Morales.

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