LA VIRGEN Y EL NIÑO

 

En los dormitorios del convento de Santa Clara hay un cuadro de Nuestra Señora de la Paz a la que las monjas llaman Regina Caelis. Las religiosas de esta institución profesan ala advocación mariana representada en el cuadro una gran veneración, pues les atribuyen algunos hechos milagrosos, por lo que se ponen bajo su protección en las adversidades. Veamos de donde procede su especial devoción.

 

Todos sabemos que Alcaudete se ha visto, en otros tiempos, duramente castigado por las epidemias de peste que asolaron nuestro país, y particularmente Andalucía. En varias ocasiones los alcaudetenses fueron terriblemente golpeados por aquel azote de la terriblemente golpeados por aquel azote de la Humanidad, siendo repetidamente diezmados.

 

Los habitanes de la villa, atemorizados por tan mortífera enfermedad, se encomendaban a todos los santos; la peste (San Roque y San Sebastián); traían imágenes, como la de San Miguel, para pedir su ayuda y guarda, nombrándole patrón del pueblo.

 

Especial incidncia tuvo en Alcaudete una epidemia de la referida enfermedad en la primera mitad del siglo XVII. Rara fue la casa en la  que no yhubo uno, o varios atacados por tan terrible mal. El pueblo, sometido a forzada cuarentena, se encontraba totalmente aislado; nadie podía entrar ni salir del mismo. En los caminos era frecuente encontrarse con los cadáveres de pobres gentes, procedentes de éste, o de otros lugares que, víctimas de la cruel peste, creyeron poder escapar de ella huyendo de su foco original.

 

El tañer de las campanas, que tocaban a muerto, era constante. Las iglesias y ermitas, se llenaban de hombres y mujeres, en permanente oración y súplica por salud de sus familiares enfermos, y por escapar, ellos mismos, de la muerte.

 

Las puertas de algunas casas eran tabicadas, pues en ellas habían fallecido todos sus moradores y eran un permanente foco de nuevos contagios. Los cementerios parroquiales de Santa María, situado frente a la Puerta del Perdón, y de San Pedro ubicado por la calle las Parras, apenas daban abasto para enterrar a tanto infeliz.

 

La ermita de San Roque fue habilitada como hospital, pues los existentes, en la calle Maestra y en el recinto del castillo, estaban llenos de enfermos. La misma explanada anterior de la ermita servía de desahogo, situando en ella a los enfermos menos graves.

 

La peste tampoco respetaba a los miembros del clero local, muchos de los cuales murieron contagiados durante el ejercicio de su sagrado ministerio.

 

Las setenta monjas que por entonces había en SAnta Clara vivían atemorizadas. La enfermedad había entrado en el otro convento de franciscanas de Alcaudete, el de Jesús María, y habían muerto cerca de la mitad de sus religiosas. En el de SAn Francisco habían perecido algunos de los frailes. Como quiera que el agua con la que se regaba el huerto de SAnta Clara procedía del de SAn Francisco, la abadesa decidió que se dejase de regar las hortalizas, y  que el agua que se bebía fuese hervida toda.

 

De todos modos la exposición al peligro era constante, pues la iglesia del convento estaba siempre abierta a los fieles que día y noche pedían clemencia al Altísimo, y aunque las monjas estuviesen separadas de ellos por las celosías, no eran estas suficientes obstáculos para aislarlas del mal que flotaba en los aires nauseabundos respirados spor la población. En varias ocasiones, algunos de los asistentes a los actos piadosos tuvieron que ser retirados de la iglesia, desmayados y atacados de la maligna enfermedad.

 

El temor de la comunidad de religiosas aumentó en extremo cuando la recadera del convento cayó enferma; y más aún cuando el capellán, m onje de San Francisco, que las confesaba, murió tras cuadro días de enfermedad.

 

Las monjas rezaban todo el día por los enfermos, pero sus súplicas aquirían un especial fervor cuando, por las noches, se acostaban y dirigían sus miradas al cuadro de la Virgen Regina, a la que tenían gran devoción, y en quien depositaban toda su confianza.

 

Los días iban pasando y la enfermedad no hacía presa en ninguna de las monjas, que, cada vez más convencidas de la protección mariana, rezaban a la Virgen con más fe, si aún cabía esa posibiliad.

 

Las gentes de la población estaban asombradas por este hecho, que era de dominio público. Costaba trabajo creer que ni una sola de las religiosas de una comunidad tan numerosa hubiese padecido la enfermedad. To9dos los atribuían a la mediación de la Virgen María, a cuyyo cuadro tanto rezaban las monjas.

 

Un clamor popular se levantó, pidiendo que el cuadro de la Regina Caeli fuese expuesto en la iglesia conventual para que todos pudiesen orarle, y pedirle protección contra la epidemia.

 

Así se hizo, y todos los alcaudetenses fueron pasando por la iglesia, que constantemente se vio llena de fieles. A los pocos días la epidemia comenzó a remitir, con satisfacción de todos, aunque aún eran muchos los que morían.

 

Un día una mujer llegó a la iglesia con un niño de apenas un año de edad en brazos, al que aún daba pecho, y que naturalmente no hablaba.

 

Acercose la mujer al cuadro para rezar a la Virgen, y a pedirle por su esposo enfermo que s debatía entre la vida y la muerte. Musitaba una oración entre dientes cuando, de repente, oyó una voz pequeña y diáfana que rezaba igual oración, siguiento el mismo ritmo que ella. Con asombro constató que el sonido provenía de sus brazos, d ela garganta del niño pequeño que llevaba. ESto no fue oído solamente por la madre del niño. También fue percibiddo por muchas personas que a ella estaban próximas, y que quedaron atónitas de admiración.

 

Terminada la oración, el niño continuó hablando:

 

  • "La Virgen dice que pronto cesará la peste, y quiere que todos hagamos penitencia por nuestros pecados, como remedio a nuestros males".

La gente que en la iglesia estaban en aquel momento, y que habían sido testigos de este inaudito suceso, cayeron de rodillas al suelo lanzando grandes gritos: ¡Milagro! ¿Milagro!.

 

La noticia pronto se propagó por todo el pueblo. La iglesia se llenó de personas que querían ver de cerca al niño, y oírlo hablar. No pudieron satisfacer su curiosidad, ya que éste no volvió a hacerlo más.

 

Pasados unos días la peste desapareció de Alcaudete. Los vecinos del pueblo no cesaban de referir el extraordinario suceso del niño. Todo se atribuía a la Virgen Regina, hacia la que creció aún más la devoción.

 

Su Santidad el Papa Clemente X, en el año 1.676 concedió a esta advocación mariana del convento de Santa Clara el jubileo (indulgencia plenario concedida por el Papa) plenísimo.

 

Fuentes: Alcaudete Leyendas, Cancionero y Aspectos Literarios

Antonio Rivas Morales

 

Loli Molina

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