MUERTE DE UN REY
Corría el año 1.312. El rey castellano Fernando IV quería emular las hazañasde suy padre Sancho, arrebatando a los árabes granadinos algunas plazas fuertes fronterizas entre ambos reinos. Especial empeño tenía por Alcaudete, villa conquistada a sangre y fuego por su progenitor en 1.295, y que los moros, aprovechándose de su minoría de edad, habían vuelto a recuperar en 1.300.
Al frente de un fuerte ejército se encaminó hacía Andalucía en la primavera de aquel año. Al pasar por Martos el Rey se quedó allí una larga temporada, mientras que las tropas, mandadas por su hermano don Pedro continuaron hasta Alcaudete, al que pusieron estrecho y férreo cerco.
La época era propicia para los fines guerreros de los cristinaos. Un mar de trigo cubría nuestra campiña; los árboles de las riberas y huertas prometían abundante cosecha; las jornadas eran largas; y el sol calentaba los cuerpos y espíritus.
Fernando se encaminó para Alcaudete el día 10 de agosto. "¡El Rey ha llegado!, anunciaban los heraldos por todos los confines del campamento castellano. La noticia se extendió rápidamente, llenando de alegría y esperanza a los soldados que sitiaban la villa.
Desde Mayo se encontraban allí. Gentes del País Vasco, Galicia, León, Castilla, Extremadura y Andalucía habían atendido la convocatoria real y, abandonando tierras y hogares, y se habían lanzado a la luchya con afán de ganar floria y abuntante botín.
Pero no contaban con la valentía y coraje de los árabes alcaudetenses. Estos defendían con desesperación la plaza. Aún no hacía veinte años que Sasncho IV había pasado a cuchilo a todos los habitantes de la villa, después de haberla tomado por asalto, y este recuerdo daba valor a sus defensores que no querían pasar por idéntico trance.
Todos los intentos de asalto habían sido infructuosos uno tras otro. Las muralla, aunque bastante deterioradas, se mantenían en pie. Los trabajos de fortalecimiento de las defensas realizados por Muhammad II, tras conquistar la villa en 1.300, daban sus frutos. Sus cuatro anillos de murallas aguantaban las embestidas de los cristianos.
Pero desde hacía algunos días los víveres escaseaban en la plaza sitiada; y el agua de sus aljibes disminuía rápidamente tras el seco verano.l A pesar de ello los cercados resistían los asaltos enemigos con esforzado ánimo, esperando que su aguante descorazonase a los castellanos y levantasen el prolongado cerco.
Por ello la llegada del monarca suponía un duro golpe a sus esperanzas, pues suponía el manifiesto propósito de alcanzar los objetivos que se habían propuesto al venir a Andalucía.
Los nobles más principales, encabezados por el infante D. Pedro, esperaban al soberano. Muchos soldados se acercaban para verlo de cerca.l Se bajó éste del caballo y abrazó a su hermano, el cual había dirigido las operaciones guerreras hasta entonces.
Ambos, rodeados de los notables allí presntes, pasaron a la casa de una alquería dotada de molino harinero cuya rueda se movía con el agua de la Fuente Amuña. Esta aceña había sido acondicionada para la estancia real, encontrándose en el actual paraje de la Fuensanta.
Pronto los acompañantes le rogaron que les informase sobre los sucesos de Martos, de los que habían llegado confusas noticias al campamento castellano.
El rostro del Rey, en el que se marcaba el cansancio del viaje, y la enfermedad que desde tiempo atrás le venía minando la salud, se desnudó un tanto, pero con voz grave contestó a aquel caballero.
Al oír esto algunos de los presentes soltaron sonoras carcajadas. Por el contrario, el Rey permaneció hierático e impasible, sin exteriorizar emoción alguna.
Los días siguientes, ante la presencia de Fernando IV, se redoblaron los ataques a la sitiada plaza. Los progresos eran lentos, aunque no menguaba la firme voluntad de conquistar la visa.
Por ello la sorpresa fue grande cuando a los pocos días una comisión de notables árabes, enviada por el rey granadino al-Nars pidió tratar con el monarca castellano las condiciones de la capitlación y entrega de Alcaudete.
Esta postura se comprendió posteriormente, cuando se supo que el walí de Málaga, Ferrachen Arráez, preparaba un ejército para dirigirse a Granada con el propósito de destronar al soberano legítimo. El no poder luchar a la vez en dos frentes distintos hizo que el monarca árabe iniciara las conversaciones con los cristianos.
Don Fernando llevaba directamente las conversaciones que se desarrolaban con lentitud. Un día su maltrecha salud le hizo quedarse en cama. Su tuberculosis se agudizaba por días. Los médicos le recomendaban continuamente que no bebiesee tanto y que fuese más parco en el comer, aunque él poco caso hacía de estas indicaciones.
Al frente de los negociadores se puso enetonces don Pedro, que continuó presionando a los sistiados para conseguir las mejores condiciones posibles.
Así llegó el 4 de Septiembre. En la mañana de aquel día se había avanzado mucho en las negociaciones. Sólo fataban algunos detalles, siendo inminente la entrega de la villa.
Aquel día el Rey se encontraba muy mal. A pesar de ello comió y bebio abundamente, acostándose después. Por la tarde, un noble entró en el dormitorio para informarle de los avances conseguidos, y cual no sería su sorpresa al encontrar al soberano muerto, tendido en la cama. Don Fernando contaba con 27 años de edad, y aún no se habían cumplido los treinta días de vida que le habían dado, antes de morir, los hermanos Carvajal.
El noble avisó de este hecho al hermano del rey, el infante don Pedro, quien encarecidamente les rogó que no dijese nada a nadie.
Don Pedro convocó rápidamente Consejo, al que asistieron los principales nobles del campamento. Allí se discutió la postura a seeguir.
Don Pedro escuchaba a todos en silencio. Por su mente pasaban negros presagios. De nuevo veía la guerra civil en Castilla. Sabía que la nobleza del reino volvería a dividirse en bandos, disputándose las prebendas y la misma regencia, pues su sobrino y futuyo rey, don Alfonso, sólo tenía un año de edad. Por ello pensó en ganar tiempo y terminar la conquista de Alcaudte, lo que le daría prestigio, y por lo tanto mayores posibilidades a su candidatura a la regencia. También quería ponerse rápidamente en contacto con su madre, doña María de Molina, para entre ambos guardar el trono para Alfonso, y salvar al reino de la descomposición Por ello dijo:
Efectivamente, el día siguiente, 5 de septiembre del 1.312 se firmaron las capitulaciones. A los árabes queno quisieron permanecer bajo dominio cristiano se les dio un día más, para que abandonaran sus tierras y casa, a continuación de los cual los cristianos entraron triunfalmente en el recinto amurallado tomando posesión de la villa y fortaleza.
Aquella noche, cuando todo estuvo controlado, el cadáver del rey fue transportado secretamente a Jaén, en donde se dio lanoticia de su merte al día siguiente. En la capital del Santo Reino se celebraron los funerales, se dio sepultura al monarca castellano en el arco de San Lorenzo, y se proclamó sucesor suyo al niño Alfonso XI.
Así lo refiere el cronista árabe Lizan Ebdin: "Antes de partir del campo de Alcaudete (Fernando IV) le tomó la muerte, y la ocultaron tres días, y los trasladaron a Jaén, donse se publicó".
Creo que Alcaudete bien puede disputar a Jaén el trascendental hecho histórico de haber sido el lugar donde murió este rey. El poeta alcaudetense Miguel Burgos recoge este hecho en su poema dedicado a la calle Pilarejo, donde sitúa él la muerte del rey castellano:
A LA CALLE PILAREJO
Yo quiero ser el juglar
De la calle Pilarejo,
A un lado dejo las casas,
Tan sólo cuento el suceso.
La Historia de España cuenta
de esta manera los hechos:
"En el pueblo de Alcaudete
se puso el rey muy enfermo".
Era don fernando IV
que pasaba por el pueblo
y se hospedó en la posada
de la calle Pilarejo.
Discutían los capitanes
sus tácticas de guerreros,
y allí tuvo don Fernando
el final de sus Consejos.
Los hermanos Carvajales,
por traidores a su reino,
atados los encerraron
en una jaula de hierro.
Y por la Peña de Martos
los arrojaron al viento
y quedaron destrozados
antes de llegar al suelo.
Somos inocentes, Rey,
ante el tribunal del Cielo
te emplazamos a que mueras
al mes de que hayamos muerto.
La profecía se cumplió,
y al mes del emplazamiento
de repente el rey murió
en la calle del Pilarejo.
Asombrados se quedaron
sirvientes y palaciegos,
se pusieron de rodillas,
rezaron con mucho miedo.
Un rey no puede morir
een la posada de un pueblo,
lo llevaron a Jaén,
la capital de su reino.
En la capital se encuentra
su capilla monumento:
"Yace aquí Fernando IV
su muerte bajó del cielo".
Pero murió en Alcaudete
en la calle el Pilarejo.
Y bien podemos decir,
que nos robaron un muerto.
Fuentes: Alcaudete Leyendas, Cancionero y Aspectos Literarios
Antonio Rivas Morales
Loli Molina