Se da por cierto que en aquellas cuevas habitaba una mujer de edad avanzada y de gran estatura. "La Giganta", le decían aquellos que creían haberla visto en alguna ocasión. De ella se comentaba que poseía un grueso libro con las páginas de color verde en el que estaban escritas gran cantidad de fórmulas mágicas y sortilegios de las más distintas aplicaciones. Sólo unos pocos habían contactado con esta mujer, y menos aún eran los que habían presenciado sus conjuros, que eran utilizados, bien a iniciativa de la propia bruja, o a petición de personas que querían hacer algún daño a alguien. En este último caso se encuentran los personajes de nuestra leyenda.

 

Hace muchos años vivía en la calle de San Marcos un matrimonio que sólo tenía una hija. Fuensanta le pusieron en honor de la Patrona de Alcaudete. Todos sus anhelos y expectativas estaban puestos en aquella preciosa niña. Los años pasaban y la joven progresivamente iba ganando belleza y hermosura. La fama de sus prendas personales se había extendido por toda la localidad.

 

Sus padres, temiendo perderla, celosamente la guardaban de todo contacto con muchachos de su edad. Sabemos que en aquellos tiempos era muy frecuente en Alcaudete que las jóvenes (muchas veces casi niñas) se escapasen de casa con sus parejas para, posteriormente, tras vivir maritalmente y volver al pueblo, ser depositadas, normalmente en la casa de algún pariente, sin contacto carnal con el novio, hasta que, una vez conseguido el perdón de la familia, casarse religiosamente en una sencilla ceremonia.

 

Todos los cuidados y desvelos de los padres de Fuensanta resultaron inútiles. Tanta belleza no podía permanecer oculta, ni mantener apagadas las tendencias naturales de la joven. Un vecino, Miguel se llamaba, que con frecuencia la veía en el corral trasero de la casa, quedó de su hermosura y donaire prendado. A través de la tapia que separaba los corrales de ambas casas se entabló una relación amorosas entre ambos. La atracción era mutua, y los encuentros se repetían cada vez con mayor frecuencia.

 

Transcurrió de esta manera algún tiempo; pero no era posible mantener indefinidamente escondido el origen de la felicidad que ambos enamorados irradiaban de sus personas. Puesta sobre aviso, la madre los sorprendió un día. Grande fue la irritación e ira que tal descubrimiento produjo en el egoósta espíritu de aquella mujer, así como en el de su esposo. Todo esto se veía agravado por la manifiesta enemistad que existía entre las familias de los dos enamorados.

 

Ambos cónyuges decidieron poner remedio a esta situación. Fuensanta fue encerrada de inmediato en sus habitaciones, con la absoluta prohibición de salir de ellas bajo ningún pretexto. Conocedores de los hechizos de la "Giganta" de "Las Encantadas", decidieron ponerse en contacto con ella para buscar algún tipo de remedio. Con gran prevención y miedo la llamaron repetidas veces, durante muchas horas. Tanta fue su insistencia que, llegada la noche, la vieja salió de su cubil. Con ella llegaron al acuerdo de que emplease sus maléficas artes para que la hiciera desaparecer dentro de la cueva, reintegrándola a los padres cuando pasara un periodo prudencial del tiempo.

 

Llevaron a Esperanza a la cueva al día siguiente con mucho sigilo; pero no el suficiente para que Miguel, siempre pendiente de los menores movimientos efectuados en aquella casa, no los viera salir de la misma, y dirigirse camino arriba hacia las cuevas. Los siguió hacia allí y se ocultó tras la higuera que existía en sus inmediaciones.

 

Salió de inmediato "La Giganta" y comenzó a leer el conjuro. Fuensanta, atraída por su extraño magnetismo, se dirigió hacia la boca de la cueva, desapareciendo rápidamente dentro de ella. Marchándose los padres a renglón seguido.

 

Miguel, que había visto y oído todo, retuvo fielmente en su memoria las palabras del maleficio. Tan pronto como se quedó solo, las repitió sin olvidar ninguna. Esta acción tuvo como resultado el efecto contrario al anterior: la joven apareció rápidamente fuera de las grutas.

 

De inmediato se oyeron los fuertes gritos e imprecaciones de la bruja desde el fondo de "Las Encantadas". Los dos enamorados huyeron corriendo llenos de terror.

 

En vez de volver hacia Alcaudete tomaron la dirección contraria, dirigiéndose hacia el Pontón. Se metieron bajo el puente de piedra que allí existe, al lado del que se levantaba una venta. En aquel lugar permanecieron hasta que paró en el mismo la diligencia que iba de Granada a Madrid. En ellas montaron, sin que nunca más se haya sabido de ellos.

 

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