SIERRA ORBES: EL ENIGMA DE SU NOMBRE

 

La Sierra Orbes, como centinela adelantada de las últimas estribaciones subbéticas frente a una Campiña de ondulados horizontes, permanece mansamente recostada en el límite de esa tierra de nadie en que tan pronto se percibe la feroz escarpadura de roca caliza, como la feraz llanura interminable del valle del Guadalquivir.

Situada en un paisaje geográficamente de transición, hace que en muy pocos kilómetros la impresión que se percibe de ella varíe considerablemente.

 

En efecto, si el observador procede de la vecina provincia de Córdoba, nada más atravesar el río S. Juan-Guadajoz, su mole se hace visible en su cuarto menguante: cuanto más nos ac3rcamos a ella más pequeña nos parece y llega un momento que pierde sin remedio el apelativo de sierra (787m.), con que cariñosamente la conocemos, para convertirse en apenas un peñón aislado de sus hermanas de cordillera.

 

La aparición casi simultánea y como telón de fondo de la sierra Ahíllos (1.485m.) y la perspectiva, hace la comparación entre ellas inevitable y lamentable para la sierra Orbes.

 

Si el punto de vista elegido es la carretera que nos trae de Granada, no se hace perceptible hasta la cercanía de Puente nueva y una vez que rebasas el pueblo, su pequeñez se va deshaciendo y su visión se vuelve cuarto creciente: camino de la estación de ferrocarril su volumen va en aumento.

 

La devuelve a la realidad la panorámica que se contempla desde la próxima campiña cordobesa: torre vigía, frente a la fortaleza pétrea de la Sierra Ahíllos.

 

Todo ello no le resta su encanto, su exotismo y su misterio. El paso obligado, y exigido por el cacique de turno, para idas y venidas ferroviarias y para la otrora rica rivera del Víboras, nos ha hecho que nos sea más conocido su contorno.

 

El número de leyendas que a ella se refieren, también la dejan en clara desventaja con su máxima oponente municipal.

 

No obstante, son célebres las “apariciones” fantasmales con que nos han asustado desde la infancia, y que tenían su punto álgido en la cueva de la Cuesta Bermeja.

 

Cuando su paso generalizado era en mulo o en borriquillo o en el “coche de San Fernando”, al llegar a ese punto concreto del camino, la conversación cesaba y los pies de todos adquirían de pronto una inusitada velocidad.

 

Tiene a su favor, el que, apenas se pronuncia su nombre, la curiosidad nos asalta, siendo un reto permanente el desciframiento de su significado enigmático, extraño y sugerente: ORBES.

 

¿Qué significará?, nos hemos preguntado más de una vez.

 

El desconocimiento de su exacto sentido ha dotado a este nombre de posibilidades insospechadas, y ha disparado la fantasía popular, y no tan popular, poblándola de realidades esotéricas y cabalísticas.

 

Bajando al mundo real, suena a latín (La bendición papal a todo el mundo: “URBI ET ORHI”, podría resumir su homofonía) se mire por donde se mire: ciudad y /o orbe (mundo) es lo primero que se nos pasa por la imaginación.

 

En efecto, Orbes puede proceder de:

 

1º)  Urbs-urbis: ciudad.

2º) Orbis-is: órbita circular; superficie de la tierra, rueda, etc.

 

Analicemos el primer significado.

 

Aún cuando es cierto que, dentro del perímetro de la sierra, han aparecido  fragmentos diversos de cerámica de procedencia ibera, hispano-romana e incluso hispano-árabe, no nos da pie a pensar que en su área encierre restos de una ciudad, que hubiera legado a la posteridad su sombra misteriosa.

 

A lo más, asentamiento de alguna entidad agrícola- villae- más o menos importante, pero de ninguna manera que se pudiese homologar con una ciudad.

Despachamos, pues, que pueda ser derivado de la primera.

 

Para la segunda- Orbis, is- tiene tantas acepciones que convendría aclararlas:

 

  • ·         Órbita circular: no tiene sentido.
  • ·         Superficie de la tierra: menos.
  • ·         Rueda, o algo circular, redondo: ni su forma o tamaño lo indican.

¿Entonces, qué?

No es mucho el latín que yo sé- a pesar del enorme esfuerzo de mi magnífica y querida profesora Dª. Maruja Ortega Ramírez- y decidí ayudarme en la investigación por medio de nuestro entrañable diccionario SPES.

 

Como no encontraba gran cosa, y medio aburrido, empecé a ver los “dibujitos” temáticos con que nos tiene acostumbrados. Y allí en ese curiosear hojeando, encontré la posible solución al dichoso enigma del nombre de nuestra sierra Orbes.

 

Se halla en la página 351, de la edición decimonovena y trata sobre la obtención del pan y del aceite. En el dibujo que reproduce el proceso de la molturación aparece el nombre de ORBES.

 

Ya sabía algo cierto: que orbes era una parte del molino aceitero romano, pero ¿Cuál?

 

Se evidencia que esta palabra está en plural y además tiene más significados que los que vienen en el pequeño diccionario. Procedía buscar en otros y para ello conté con la ayuda inestimable de nuestro amigo y paisano Carlos López Delgado, catedrático de latín.

 

Puesto en contacto con él, me confirmó se derivaba de esa segunda palabra y que exactamente era la parte redonda de algo y, por tanto, cualquier cosa que tuviese alguna parte circular, por ejemplo un tambor, podría en latín llamarse orbes; será el contexto el que determine su singularidad.

 

Por tanto, el circulo de la piedra, semiesférica o troncocónica, de un molino romano se llamaba orbes y por extensión a la pieza que hoy conocemos como rulo.

 

La función que ejercían estas obres no era otro que el asignado a nuestros conocidos, y a punto de desaparecer, rulos de piedra.

 

Y es más, la palabra rulo, al igual que orbes, también encierra una cierta indefinición. El Diccionario de la RAE dice: (Del francés. Roulery éste del latín rotulare, de rotulus, rodulo)” 1) Bola gruesa u otra cosa redonda que rueda fácilmente. 2) Piedra de figura de cono truncado, sujeta por un eje horizontal, que gira con movimientos de rotación y traslación en los molinos de aceite y de yeso”

 

Seguimos sin apreciar la relación entre las palabras y la sierra, pero si echamos mano de la topografía la haremos evidente.

 

Contiguo a lo que es la Sierra Orbes, propiamente dicha, existe el llamado cerro de Los Rulos. Paraje que conozco a la perfección y me trae el recuerdo de mi padre y de mis años de infancia, cuando jugaba a sortear las imaginarias balas que el “enemigo” me disparaba mientras zigzagueaba por la trinchera que de arriba a bajo lo recorre, monumento perdurable aún de la fatal contienda fratricida.

Estas circunstancias me llevaron a pensar en la hipótesis siguiente.

 

Sierra Orbes significa lugar de donde se sacaba la piedra apara hacer los orbes.

 

Es así que orbes y rulos son los nombres de igual instrumento pero en distintos idiomas, luego es licito cambiar orbes por rulos.

 

La hipótesis quedaría así:

 

Sierra Orbes es igual a sierra de Los Rulos, lugar de donde se sacaba la piedra para hacer los rulos.

 

Para que la hipótesis tenga consistencia y lo que sigue tenga significado, tenía que quedar muy claro que orbes es igual a rulos. Es más, que orbes se había utilizado en el mundo romano con el significado de rulos.

 

Carlos  López Delgado me confirmó esa dualidad y él, con la superabundancia que le caracteriza, me dijo que se podía encontrar testimonio de ello en:

Virgilio: “La Eneida”, Libro X, verso 783, Suetonio: “Vida de los doce Césares”, capítulo 68, Ovidio: “Ibis, verso 590 y Catón: “De re Rustica, capítulo 22.

 

Entonces ¿cómo se llegó a la situación de tener dos realidades geográficas con igual nombre, pero en distinto idioma, y que, las dos, han tomado carta de naturaleza?

 

Para deshacer este aparente enigma es necesario recurrir tanto a la historia como a la imaginación.

 

Orbes viene del mundo ibero-romano y como lugar de procedencia de algo concreto: los orbes-rulos.

 

Nos encontramos en una zona de rancia raigambre oleícola; no fueron los árabes sino los íberos los que produjeron y los romanos los que industrializaron la producción ancestral de aceite en nuestra comarca. Esta premisa está fuera de toda duda. El monte Testaccio de Roma se hizo con restos ánforas; más de cuarenta millones de ellas ibéricas, las más de aceite.

 

La parte inicial del proceso de elaboración del aceite no ha sufrido cambios substanciales desde hace milenios: se basa en la trituración de la aceituna. Que se ejecute por medio de piedras troncocónicas, llamadas rulos, que ruedan sobre una base, también de piedras, con forma de segmentos circulares que conforman una enorme corona circular, llamadas alfarjes; o con martillos mecánicos, es lo que da lugar a la modernidad en este campo.

Estas piezas pétreas utilizadas en su molturación o se importaron o se extrajeron de una de las innumerables canteras que aún hoy afloran en nuestro suelo. Esta última sería la lógica solución.

 

En el mundo ibero-romano, una de estas canteras estaría situada en algún lugar dentro de lo que hoy conocemos como sierra Orbes. Y sería llamada por éstos: sierra de la cantera de los orbes. Aplicando una de las leyes fonéticas: la del mínimo esfuerzo, se convirtió en sierra Orbes que dio nombre a todo el conjunto.

 

A esta traslación de significado de la cosa localizada al lugar de la que procede, los gramáticos lo designan como metonimia. (v.g.: Café, bebida a café lugar donde se expide.)

La llegada de los visigodos no alteró en demasía la cultura, la lengua, las costumbres y, lógicamente, la topografía, de la forma que a pesar de los restos existentes de estas gentes en nuestro pueblo, el nombre de orbes debió de seguir localizando el lugar de donde se sacaban los utensilios para moler la aceituna.

 

Los árabes, al ser tan pocos entre tanta población autóctona, aceptaron la toponimia existente totalmente y sólo la arabizaron en el transcurso de los siglos. ¡Menudo trabajo se les hubiera venido encima si hubiesen tenido que bautizar, de nuevo y a su antojo, todos los accidentes orográficos que se encontraron en su rápido avance!

 

Como la actividad oleícola proseguía, y como se seguía utilizando la piedra para la molienda, y se según extrayendo las piedras de las canteras existentes, entre ellas la de la sierra Orbes, no procedía cambiar el nombre.

 

Al producirse la reconquista, la mayoría de los nombres se mantuvieron, con sonido árabe y grafía castellana, pero en un proceso inverso se fueron castellanizando.

 

En un momento indeterminado, pero, creo yo, dentro de la España cristiana, se produce el desplazamiento de la cantera de la sierra al cerro cercano que perdió su nombre, lo que dio origen a dos realidades distintas-las dos canteras- con el mismo nombre: uno del latín: Orbes, el primitivo y quizás sobreviniente de la invasión islámica, y otro del castellano: Los Rulos. Proceso perfectamente lógico pues ya, el latín y el castellano, eran dos idiomas diferentes y el primero desconocido del pueblo llano, aunque los escribanos y algunos eclesiásticos lo usasen.

 

Con el transcurrir de los siglos el nombre de rulos desplazó al de orbes para designar el instrumento de trituración, relegándose al olivo el de orbes (quizás por esa indeterminación original latina).

 

Orbes pierde en la memoria colectiva su significado, que pasa a ser algo ininteligible; y el otro: rulos, que sabiendo lo que significa, al haber cesado su extracción, pasa a ser un nombre conocido pero inconcreto.

 

El divorcio total se consumó y los dos nombres, Orbes y Rulos, designaron dos ubicaciones geográficas cercanas pero distintas.

 

En la toponimia quizás quede rastro del camino que seguían los ingenios fabricados desde la cantera de los lugares de utilización: me refiero a la cañada Orbes.

 

La hipótesis es sugestiva y sólida, solo falta que fuentes documentales o arqueológicas lo confirmen.

 

Telesforo Ulierte Ruiz