Edad Moderna

La vida de la villa, al finalizar la guerra de Granada y en los años de la primera mitad del siglo XVI, va a cambiar en todos los sentidos. Por una parte, ante la concesión de jurisdicción sobre Somotin y Fines, villas del recién conquistado reino de Granada, la señorialización encuentra su momento máximo, siendo entonces concedido el título de conde al sexto señor de la villa, D. Martín Alfonso de Córdoba y Velasco, tal vez en recompensa de los servicios prestados a la Corona como corregidor de Toledo, capitán general y virrey del reino de Navarra. El primer conde D. Martín continuo unido a la Corona en diversos servicios, siendo nombrado alcaide, gobernador y capitán general de Oran, Alcazarquivir y Tremecen, donde encontró la muerte de manos de los musulmanes.

D. Martín Alonso de Córdoba y Velasco, séptimo señor y primer conde de Alcaudete, apodado "Martín Zancajo", porque, según cuenta la leyenda, de sus largas espuelas siempre pendían jirones arrancados de las túnicas de sus enemigos. Era hijo del famoso Martín “Pies de Hierro", fundador de Santa Clara y terror de los moros de la vega de Granada. Don Martín Alonso se casó con Doña Leonor de Pacheco. Durante mucho tiempo fue gobernador de Orán. Murió en 1558 en la fortaleza de Arceu (África), sitiado y con dos mil hombres. El ejército sitiador, árabe y turco, de Barbarroja, estaba formado por 50.000 soldados. Don Martín, sólo, salió de la fortaleza a luchar con sus enemigos; sus capitanes y soldados se negaron a acompañarle. Él les dijo: "Salgo a morir para que no pierdan su honra mis casas de Alcaudete y Montemayor". Barbarroja quedó tan admirado del valor de aquel hombre que prohibió cortarle la cabeza, como era de costumbre hacer con el vencido, y, respetando su cadáver, lo envió a sus familiares de Orán, de allí, en caja de plomo, fue traído a Alcaudete y enterrado bajo el altar de Santa Clara. Su más importante hecho de armas fue la conquista de la ciudad de Tremecen.

La fantasía popular, basándose en personajes y hechos más o menos reales, crea a veces, con gran imaginación e ingenio, leyendas, que de una manera oral se van transmitiendo de generación en generación, dando a los pueblos un halo sugestivo y misterioso, al que tan aficionadas son las gentes que en ellos habitan.

De Martín Alonso de Córdoba y Velasco dice la Crónica del Rey Juan II: “...era caballero muy bueno, y mucho esforzado, a quien llamaban los moros Martín zancajo”. Dice el Abad de Rute en su "Historia de la Casa de Córdova" que este mote se lo pusieron los moros porque usaba en las batallas, a caballo unas espuelas de asta, más largas y agudas que las ordinarias, y con ellas, cuando andaba envuelto con los enemigos durante la pelea, sacando el pie del estribo les hería malamente, sacudiéndoles a la par con los pies y con las manos”. Causaba tanto espanto a los moros, entre los que era muy famoso, que sólo con oír su nombre temblaban de miedo. Su pequeña figura se veía engrandecida sobremanera por su ardoroso coraje y su extraordinaria grandeza de espíritu.

Por todo esto no tiene nada de extraño el que su memoria haya quedado como símbolo de seguridad y valor para los habitantes de Alcaudete. Su recuerdo se ha conservado siglo tras siglo, de padres a hijos, perdurando aún hoy en día en algunas ancianas que asustan a los niños pequeños, para que se duerman pronto, con que "va a venir Martinillo Zancajo". Este miedo proviene de algunas presuntas apariciones de las que después hablaremos.

Cuenta la leyenda que, enterrado como costumbre era, con su traje de guerrero (armadura, espuelas, yelmo, etc.), su espíritu se constituyó en defensor y protector de Alcaudete, y en especial del convento de Santa Clara, y de sus moradoras, tanto en el aspecto espiritual como en el material, continuándose ininterrumpidamente esta protección hasta nuestros días. Las monjas de este convento, fieles guardadoras de esta tradición, aún creen en la sombra benéfica de D. Martín. Así se da como cierto el que, cuando una monja de Santa Clara se encuentra en las últimas postrimerías de su vida, sin posibilidad alguna de recuperación, se le aparece "Martinillo Zancajo". En esta decisiva visita le comunica inminente de su muerte, confortándola y dándole ánimos para que supere cristianamente momento tan trascendental. De esta manera hace posible y contribuye a que las monjas agonizantes se preparen del modo más conveniente a su situación, alcanzando el premio eterno a una vida consagrada por entero a la oración por los demás y en el servicio a Dios.

Así mismo, se cuenta que durante las noches más oscuras de rudo invierno, cuando el pueblo sólo esta iluminado por el resplandor de los relámpagos, y los únicos sonidos que en él se perciben son los de los truenos y viento producidos por las furiosas tormentas, D. Martín se pasea por las antiguas y estrechas calles de su villa, especialmente por las del barrio de Santa Clara. Los poquísimos vecinos de Alcaudete, que en el transcurso de los siglos han podido presenciar este hecho, aseguran que en sus nocturnos paseos va vestido con su traje guerrero, sus pasos tienen sonido metálico, y de su armadura se desprende luminosidad radiante. Los que esto han observado quedaron atónitos y maravillados ante tal aparición, no dando crédito a sus sentidos y no atreviéndose a contarlo aún a sus más íntimos. También hay quien dice, que al frente de sus hueste de fantasmas, ataviados de guerreros a la antigua usanza, se le ha visto en varias ocasiones, especialmente en momentos cruciales para el pueblo y sus moradores, en las proximidades del cerrillo de Periponce avanzar por el camino, tantas veces por él recorrido, de Granada por el que efectuó sus múltiples y victoriosas algaradas contra los moros, formando como un ejército protector de su villa, a la que tanto contribuyó a engrandecer. Y dicen, y dicen tantas cosas de él que en realidad no se sabe donde termina la leyenda y donde comienza la historia de este legendario caballero.

Por otra parte frente al absentismo de los titulares de la villa, las autoridades locales y el concejo van a tener mayor implantación, si bien estuvo totalmente controlado por el alcaide y el alcalde mayor, ocupados por las familias de los Frías y los Angulo, designados para tal fin por los señores de la villa. Esta oligarquía local la componía un reducido número de familias de hidalgos, gente adinerada, militares, etc., que tenían acaparados los principales oficios del concejo. No se conoce con precisión la composición orgánica del concejo, pero a través de la documentación rastreada se sabe de la existencia de más de un alguacil, dos alcaldes, regidores, etc. Por otra parte, finalmente, el papel de mercado jugado por la villa anteriormente va a perderse, apareciendo en la primera mitad del siglo XVI un absoluto predominio de las actividades agrarias; siendo este el marco histórico en el que se iniciará y llevará a cabo la mayor parte de la obra de construcción de la iglesia de Santa María la Mayor de Alcaudete.

Los cristianos fueron edificando casas con gran influencia árabe: patios centrales, arcadas y columnas de piedra negra de la Pedrera. Durante el siglo XVI crece también la población rural. Aparecen núcleos de casas de campo, en tierras de pastos o de agricultura, que darán origen a los núcleos de Noguerones, Bobadilla y Sabariego, aunque no como pueblos. Se llegan a alcanzar 1555 casas, de ellas 1189 en el núcleo central y 306 en el término.

La plaza fue el lugar de un importante mercado. Primero sólo estaba los puestos provisionales, pero poco a poco, se fueron construyendo tiendas, tabernas, fondas, etc., con carácter definitivo. Tenía soportales, y en ella se celebraban festejos taurinos. Los toros se guardaban en unos corrales que había entre el Alcaudetejo y la calle Llana, en jaulas. Entraban a la plaza por la calle del Toril y salían por la calle Santa María, hasta el Arrastradero, ya muertos.

Durante los siglos XVI y XVII se siguió construyendo junto a los edificios religiosos, como S. Pedro, Convento de Sta. Clara, Convento de S. Francisco, Convento del Jesús y Convento del Carmen, ermitas de S. Marcos, Sta. Ana, S. Sebastián, S. Antón, S. Cristóbal, Sta. Catalina y Sta. Cruz. Por la zona de S. Francisco se formaron nuevas calles: Alta, Baja y Zagales. Las puertas de las murallas conservan sus nombres, tales como Puerta del Sol (Cuesta del Cerro), la de Alcalá (Muralla), la de Luque (Cerril), la de Carretas, Puerta Mora y Puerta Muñoz.

La Inquisición estuvo establecida en Alcaudete en una casa de la calle Torres Ortega. Fue nombrado Comisario de la misma el cura de la parroquia de S. Pedro, D. Pedro Fernández de Pedregosa, el día 14 de diciembre de 1640.

Se tiene la seguridad de que Santa Teresa de Jesús visitó Alcaudete y pernoctó en el convento de Santa Clara, franciscanas terciarias de esta localidad, siendo abadesa la hija del conde de Alcaudete. En el Refectorio de este convento figura una lápida conmemorativa de este acontecimiento, con el siguiente texto: “ En el 1575, en el mes de marzo pernoctó en este convento y en esta habitación enfermería la mística doctora Santa Teresa de Jesús. El descanso de su jornada, fue consagrar las horas que debía al reposo, a cuidar a las religiosas enfermas. Dioles la dulce medicina de su espíritu consolándolas y fortaleciéndolas”.

Santa Teresa fue patrona de Alcaudete antes que la Virgen de la Fuensanta. Este nombramiento se cree que fue motivado, no sólo por la estancia de la Santa en la ciudad, sino también por la influencia de que gozaron las carmelitas descalzas del convento de la Encarnación, fundado en el siglo XVI, y del que sólo nos queda hoy la iglesia del Carmen.

También se tienen fundadas razones para creer que en este convento se alojó S. Juan de la Cruz, primer carmelita descalzo y elemento fundamental en la reforma del Carmelo.

A finales del siglo XVII y principios del XVIII, disminuye la construcción. A finales de este último siglo vuelve a impulsarse, y de esa época datan las construcciones civiles más importantes. Reina más seguridad en el pueblo, lo que hace que se desarrolle la vida económica y aumente la población a unos 5.000 ó 6.000 habitantes, cifra muy alta para la época.

Durante los siglos XlV al XVII, los señores de Alcaudete fueron los descendientes de Martín Alonso de Montemayor, que usaron este título hasta que fue transformado en Condado.

 

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